Cuando mis clases a la Universidad empezaron el septiembre pasado, empecé a hacer ejercicio. Cada día por nueve días, fui al uno de los gimnasios gratis de la Universidad de Michigan con mi amiga: corremos en la cinta, hacemos bicicleta, hacemos abdominales. Por supuesto, antes y después de estas actividades, hacemos estiramientos. Todo estuvo bien hasta estuve resfriada. Después de mi enfermedad, mis clases empezaron ser muy difíciles y no tuve tiempo ni motivación para hacer ejercicios nunca más.
Esto caso no es el único, cada tiempo que trataba empezar a hacer actividades físicas era como así. Yo siempre tenía otras cosas hacer porque me gusta estar ocupada. En el poco tiempo que tenía para relajarme, no quería pasar esto en el gimnasio. Para mi tiempo libre, me gustaba estar con mis amigos o ver películas o tomar una siesta mucho más que hacer ejercicios.